¿Qué sabes de extrañar? Si nunca has visto la neblina escalar entre pausas, sólo para abrazar a los verdes relieves como manto, cuya oportunidad para observar no hay, son esos que se encuentran a tu paralelo, a unos metros seguidos del letrero que da la bienvenida, ese que pasa desapercibido por casi todo el mundo, excepto por ti; cuando al caminar por la barranca, en suspiros los recuerdos del danzón viajan, y la manía de las calles en subidas y bajadas, tan estrechas que al tratar de abrazarlo, él lo haría sin siquiera intentarlo.
Me recuerda el frío de mediados de agosto, porque es verano y aunque faltan dos estaciones más para que los copos lleguen, su casi nula vergüenza no les impide saludar.
Las coloridas calles que te invitan a caminar a media noche o bajo los rayos del sol y somnoliento estás; desde la desconocida voz sonriente sin falta, dando los entusiastas '¡Buenos días!' desde las seis de la mañana, así como el olor del café tostado de aquel lugar, ese que se encuentra entre calles.
Las ansias de llegar al frío paradero se vuelve más latente, pues por casi dos años lo he abandonado un poco, pero me mantiene cerca si mamá agrega en el equipaje, las manzanas horneadas de la abuela.
¿Recuerdas la tarde en donde la señal fastidió a más de una vida? Era una de esas afortunadas noches donde la trova se presentaba con Ornelas, y el minucioso caminar entre cada puesto se volvía más vivaz si de tu mano andaba, y las estrellas lo sabían, porque su brillo contrastaba con el inmenso reloj del parque, ese que yace desde el 86, ese que se presenta como cómplice de encuentros de jóvenes, enamorados e irracionales, dispuestos a mucho... Que jamás apaga su luz, porque la vida comienza desde el texto diciendo que nos veremos en el reloj.
Las noches, donde el tinto no encuentra final, y sus espectadores saciedad, entre altas y pequeñas mesas, las copas están más desgastadas y ansiosas por fenecer.
Hay una historia realmente larga desde la primera vez que te vi, cruzabas los jardines de aquel parque con prisa, y el gran equipo de fotografía, te hacía compañía. En seguida volteaste, y sin encontrar razón a tal acción, la dirección de mi vista y rostro, de ipso facto, recorrieron 45 grados en perpendicular, los grados más lentos e indiferentes de mi día. Al mirarte, una luna menguante en tu sonrisa se formó, y jamás, durante las siguientes semanas, supe del manzana canela que por aroma, de octubre cinco, volví a saber.
Hay sitios que se inventan y encapsulan, también historias que no deben ser contadas, sin embargo, por esta ocasión y en esta noche, se dijo solo un poco de lo grande que eres y lo mucho que siento.
Pues la ilusión se encuentra en cada respiro, en la impetuosa baja temperatura, en la milla que veo por la ventana cuando estoy por llegar al mágico lugar, cuyo apellido trata del fruto prohibido, y que por nombre lleva, Zacatlán.
Por: Nathalie Vega
Fotografías: Francisco Lecona
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